La calumnia, la difamación, la pérdida del honor y todo ese complejo mundo de la maledicencia son males que afligen a la humanidad desde que esta existe. Se contatan en la vida de cada día. De manera más o menos consciente excusamos y toleramos falsedades, rumores y juicios superficiales, sin pensar lo más mínimo en sus graves consecuencias. Como dice el Papa Francisco: << La lengua, las charlas, los chismes, son armas que devastan a la comunidad humana cada día, sembrando envidias, celos y lujuria de poder. Con ellas se puede llegar a matar a una persona>>. Tristemente, este rostro del mal se hace también presente en la Iglesia, y sus consecuencias son desvastadoras, no sólo para las propias víctimas de la calumnia, sino también para la entera comunidad eclesial e incluso para el mismo calumniador, que muestra con su malévola actitud un corazón enfermo y necesitado de conversión.