Conviene poner el énfasis necesario en señalar que de todos los posibles factores de discriminación es, quizá, el sexo uno de los más "odiosos" o -cuando menos- uno de los menos admisibles para sostener un tratamiento diferenciado entre personas o, con mayor exactitud, un tratamiento perjudicial para alguna de ellas, máxime cuando el marco social que proporciona el contrato de trabajo constituye un áâmbitoespecífico donde la existencia de discriminación real se hace patente con tanta fuerza quecasi llama al escándalo: claramente disminuyen para las mujeres las posibilidades de conseguir y mantener un trabajo estable, digno y suficientemente remunerado; en paralelo, se incrementan las necesidades familiares que obligan a la mujer a aceptarocupaciones marginales e incluso fuera del control legal a partir de las cuales ve perpetuada su crónica situación de desigualdad social. A la vista de tan desalentadora realidad, la consecución de la igualdad real y efectiva debe ser un valor impera.